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La recuperación como acción social y conexión comunitaria

by | Ago 9, 2025 | Historias más recientes sobre las JEFAS

Sol Varisco y Deyanira Contreras: Biodanza. Foto por Tatiana Peña, JEFAS Magazine

Por Christina Fernández-Morrow, JEFAS Magazine

Ritmos suaves fluyen desde los altavoces mientras personas de todas las edades, contexturas y orígenes se balancean con los ojos cerrados, moviendo los brazos al compás. La música recorre sus cuerpos y genera una atmósfera de calma, conexión y celebración. Algunos tararean suavemente; otros permanecen en silencio. Hay sonrisas y miradas concentradas. Todo es bienvenido en este santuario de movimiento y comunidad.

No es una fiesta. Es recuperación a través del movimiento y la conexión.

Orígenes de la biodanza: la danza de la vida

Esto es biodanza, una práctica creada por Rolando Toro, psicólogo y educador chileno. En Des Moines, Sol Varisco y su compañera Deyanira Contreras facilitan sesiones semanales todos los lunes en Mainframe Studios, acercando esta práctica —también llamada “la danza de la vida”— a la comunidad del centro de Iowa.

“Lo más difícil de explicar sobre la biodanza es qué es exactamente”, dice Varisco con una sonrisa. “Hay que experimentarla para entenderla de verdad”.

A pesar de esta dificultad, Varisco celebra que tantas personas se hayan animado no solo a probar la biodanza, sino a comprometerse con ella el tiempo suficiente como para experimentar sus beneficios.

La biodanza parte de la idea de que nuestras primeras formas de conexión surgen a través del movimiento en el útero. Esta práctica promueve el crecimiento personal y el bienestar integral al reconectar a las personas consigo mismas y con los demás mediante lo que los practicantes llaman líneas de vivencia: vitalidad, sexualidad, creatividad, afectividad y trascendencia. Estas líneas conforman los pilares fundamentales de la biodanza.

Una transformación personal

Varisco descubrió la biodanza mientras vivía en Argentina, en un momento en el que atravesaba un alto nivel de estrés y agotamiento por cuidar a su abuela enferma. Se sentía desconectada de su cuerpo y emocionalmente desequilibrada. Tres años después de practicar biodanza con regularidad, notó una transformación profunda: se sentía más fuerte físicamente, más clara mentalmente y más conectada con sus emociones.

Cuando regresó a Iowa, descubrió que la práctica era prácticamente desconocida en la región. Decidió entonces formarse para traerla consigo.

“Era la única persona de Iowa en el programa de certificación en Los Ángeles”, recuerda. La formación en la Escuela de Biodanza de Los Ángeles duró tres años e incluyó tres ciclos de diez meses. “Tenía clases todo el sábado, de 9 de la mañana a 10 de la noche, y los domingos de 9 a 3, cada mes”.

En el primer año aprendió los fundamentos de la práctica; el segundo se enfocó en identificar cómo las líneas de vivencia impactan a los participantes y cómo ayudarlos a conectarlas con sus procesos personales. El tercer año se dedicó a los aspectos prácticos: cómo diseñar y dirigir las sesiones semanales.

Diseño intencional para sanar y crecer

“Las clases no vienen con un manual”, explica Varisco. “Se diseñan en función de las necesidades y el progreso de cada grupo”. El rol del facilitador es observar qué necesita el grupo y cómo eso se conecta con las cinco líneas de vivencia para seleccionar los movimientos adecuados. Incluso la música se elige con intención. “Usamos un catálogo específico para biodanza, basado en cómo cada sonido impacta en el sistema nervioso”, detalla.

Varisco y Contreras invierten varias horas en planificar cada sesión, no solo en lo logístico, sino también en incorporar referencias a indicadores de recuperación que motiven a los participantes. Aun así, ambas tienen claro que el valor del espacio que ofrecen va mucho más allá del costo.

Conexión como acto de acción social

“Sabemos que no nos haremos millonarias con estas clases”, dice Varisco. “Nuestra riqueza es ver los cambios que ocurren en nuestra comunidad y en cada persona”.

Contreras coincide: “Esto es una inversión en un sueño compartido. No lo presentamos como un costo fijo. Ofrecemos un rango de contribución, pero nadie queda fuera. Algunas personas aportan cada semana, otras no”.

El único objetivo económico es cubrir el alquiler del espacio. Contreras no lo considera un negocio, sino una forma de acción social. “Ayudamos a sanar a los participantes, y ellos, a su vez, mejoran su entorno. Es una forma de revolucionar cómo vivimos, especialmente en estos tiempos”.

Sol Varisco y Deyanira Contreras: Biodanza. Foto por Tatiana Peña, JEFAS Magazine

Una herramienta para quienes cuidan de otros

Como únicas facilitadoras certificadas en el Medio Oeste, Varisco y Contreras sueñan con expandir su impacto. Les gustaría ofrecer sesiones en otros estados y llegar a públicos específicos.

“Veo la biodanza como un recurso poderoso para padres, cuidadores y trabajadores sociales”, comparte Contreras. “Es un sistema de desarrollo humano que puede apoyar a quienes sostienen a los demás”.

Por ahora, están comprometidas con fortalecer la comunidad que han creado en Des Moines. Un espacio donde el movimiento se convierte en medicina y el grupo se convierte en espejo y apoyo.

“Me encanta ofrecer un lugar donde la gente pueda moverse, reunirse y sentirse parte de algo”, dice Contreras con una sonrisa.

El poder de la comunidad

Para quienes asisten, el efecto es transformador. “He aprendido a moverme con distintas energías, a jugar, a mirar a otros a los ojos, a tocar. Todavía estoy aprendiendo a confiar y a hablar de mis emociones, pero aprendo de los demás”, comparte Rosa M.

A quien sienta curiosidad, Varisco y Contreras lo animan a probar una sesión. Tal vez encuentres en el movimiento una forma de recuperación que no sabías que necesitabas.

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